Un cambio de régimen para una Argentina excluyente
Una lectura del inicio del gobierno de Milei.
Escribe Ulises Bosia.
Introducción
El gobierno de Javier Milei desplegó en estos primeros meses de gobierno un intento abrupto para ejecutar un cambio de régimen político, económico y social en la Argentina. Una transformación de signo inconfundiblemente regresivo, promovida y respaldada de forma militante por los principales grupos económicos de la economía local y, a nivel internacional, vista con interés por algunas de las personalidades emblemáticas de la nueva clase de billonarios occidentales surgida al calor de las más recientes innovaciones tecnológicas. El “Pacto de Mayo”, firmado el 9 de julio por una parte significativa del sistema político, resulta una síntesis transparente del norte elegido. Este informe se propone identificar los nudos principales del rumbo planteado y realizar una crítica apoyada en el horizonte de una Argentina Humana.
¿A qué nos referimos con un cambio de régimen? Para ilustrar el planteo resulta útil retomar un consenso en la bibliografía especializada, que identifica a la crisis del año 2001 como un punto de quiebre del régimen político, económico y social que se había impuesto en los años 90. Se trata de una periodización que resulta hasta vital para la generación que actualmente orilla los 40 años, punto de encuentro de gran parte de quienes impulsamos la Fundación DHI. Si en los primeros años del siglo XXI primó un espíritu de reparación frente a las numerosas heridas abiertas que habían eclosionado en nuestra sociedad, poco después se intentó sentar las bases de un modelo económico, político y social a partir del éxito de las nuevas coordenadas que se habían ido estableciendo. Fueron años de amplio mejoramiento de las condiciones de vida de las mayorías populares, de recuperación de importantes grados de autonomía nacional y de impulso a la integración regional, bajo el signo ideológico nacional-popular del grupo político que condujo las riendas del país entre 2003 y 2015. Allí se transformaron numerosos aspectos del régimen vigente en el país, aunque unos años después comenzaron a surgir importantes límites que dejaron esa tendencia inconclusa.
Ese proceso, que por un lado tuvo resultados notablemente virtuosos, por otro lado no consiguió forjar una hegemonía lo suficientemente potente a la hora de afrontar de forma efectiva los cuellos de botella emergentes. Frente a ellos, sucesivos esfuerzos por corregir algunas de sus características resultaron fallidos ante los embates de distintos sectores del poder fáctico local e internacional. Al estancamiento del crecimiento económico le siguió una primera etapa de aumento moderado de la inflación y pérdida de reservas internacionales que habían podido ser acumuladas en los primeros años del siglo. La restricción externa, obstáculo histórico de la economía nacional, reapareció con mucha fuerza y, parcialmente, con una faceta financiera novedosa, propia de las debilidades de la moneda nacional en una economía bimonetaria. Sin embargo, distintos indicadores económicos y sociales permitieron una llegada a fines de 2015 en condiciones virtuosas: muy bajo desempleo, alto poder adquisitivo de los salarios e ingresos, bajísimo peso del endeudamiento público en moneda extranjera, altísima tasa de cobertura previsional, entre muchos otros. Al mismo tiempo, como contracara, en aquel momento podía evaluarse que a pesar del ciclo de crecimiento económico sostenido más importante de la historia nacional, no se habían podido perforar pisos de informalidad laboral ni de pobreza, así como tampoco un sistemático déficit habitacional y de acceso a la tierra, que desde el viraje llevado adelante por la última dictadura militar llegaron para quedarse a nuestra realidad social. Continuar el sendero abierto requería dar lugar a una agenda de transformaciones, que resultó truncada. Este ciclo político, con sus luces y oscuridades, representa un punto de referencia ineludible para discutir y proyectar el futuro de la Argentina.
El gobierno arribado a fines de 2015, nuevamente de tendencia liberal y dominado por los intereses de capitales financieros extranjeros, lejos de revertir los problemas existentes, los agravó significativamente, incorporando a ellas un crecimiento cualitativo del endeudamiento público en moneda extranjera y el retorno del Fondo Monetario Internacional al país. Algunas iniciativas de ese gobierno apuntaron a una modificación del régimen político, económico y social heredado, pero quedaron a mitad de camino. Visto desde este punto de vista, su fracaso fue generalizado, aunque sus consecuencias nos acompañarán por largos años. Tanto la resistencia social callejera como el saldo político construido en los años anteriores impidió que se profundizara ese camino. Esta resistencia, sumada a un planteamiento económico insustentable que los propios mercados pusieron en crisis a partir de abril de 2018, derivó en una profunda crisis económica que tuvo como consecuencia un empeoramiento cualitativo de las condiciones de vida del pueblo argentino. A tal punto que finalizó su mandato en medio de una situación de emergencia económica y social.
Finalmente, la llegada de un nuevo gobierno en 2019, pese a la gran expectativa generada, no consiguió recuperar de forma virtuosa el sendero abandonado a fines de 2015, producto entre otras cosas de la ausencia de visión estratégica del presidente, de deficiencias notables en la gestión y del desangramiento interno en la coalición gobernante, que impidió la aplicación de un programa económico coherente. El importante saldo superavitario del comercio exterior en los años 2020 y 2021 no pudo ser convertido en el punto de partida de una tendencia de recuperación de las reservas internacionales en poder del BCRA que, por el contrario, llegaron a diciembre de 2023 en niveles de máxima tensión. Si en diciembre de 2019 la tasa de inflación grosso modo había duplicado a la de 2015, el mismo efecto se produjo cuatro años más tarde, con su devastador efecto en términos de aumento de los índices de pobreza e indigencia, así como de desorden generalizado de las proyecciones de vida del conjunto de las familias del país. A su vez, si los índices de empleo llegaron a diciembre de 2023 en pisos históricos, esa realidad se combinó con un deterioro en la calidad de los puestos de trabajo creados y con la imposibilidad de recuperar el poder adquisitivo perdido desde inicios de 2018 e, inclusive, en muchos casos, desde diciembre de 2019. Un revés inédito para un gobierno peronista. Finalmente, en cuanto al problema del endeudamiento externo en moneda extranjera, probablemente la peor herencia del gobierno de Cambiemos, dio lugar a una doble renegociación: por un lado con bonistas privados, donde se firmó con una escasa quita de intereses y casi nula de capital, y cuyo principal efecto fue posponer el calendario de pagos; por otro lado con el FMI, donde se aprobó un acuerdo en marzo de 2021 sin ningún tipo de consenso interno en la coalición, al punto de que debió ser sostenido por los votos de Juntos por el Cambio. Este segundo aspecto fue un punto de quiebre político, a partir del cual el gobierno sólo aspiró a llegar al final del mandato, administrando las condiciones de la mejor manera posible, mientras buscó evitar los efectos de las condicionalidades exigidas por el organismo multilateral.
Esquematizando, podemos decir que el siglo XXI argentino, luego de la crisis del régimen noventista en diciembre de 2001, se divide en poco más de una década virtuosa de avances y luego una década de idas y vueltas frustradas. La cansadora segunda parte de este recorrido agotó las expectativas de la mayoría de la sociedad en las posibilidades de continuar, profundizar o reformar las bases del régimen creado post 2002, para resolver los problemas heredados y, de forma determinante, abrió una ventana de oportunidad para una regresión profunda, que hasta ahora no había encontrado consensos sociales suficientes para ser concretada. A fines de 2023 los grupos económicos advirtieron esta situación y tomaron la decisión de ir a fondo para “resetear” las coordenadas vigentes, tal como afirmó el propio Paolo Rocca, CEO del Grupo Techint a pocos días de asumida la nueva gestión. El gobierno de Milei es el instrumento para llevar adelante esa irrupción, como quedó claro con la inmediata publicación del Decreto de Necesidad y Urgencia 70/2023 y el envío al Congreso de la Ley Bases y el Paquete Fiscal. El programa para el cambio de régimen ya estaba pensado y hasta redactado, solo faltaba el instrumento político que pudiera llevarlo adelante.
Resulta notable la diferencia entre los inicios de los gobiernos de Macri y de Milei. Ni bien iniciar su gestión, Macri tomó la decisión de salir del “cepo” cambiario para reiniciar un ciclo de negocios financieros megamillonarios que condujo a una crisis en tiempo récord. Era lo que le pedía su auténtica base de sustentación, el capital financiero, especialmente los grandes fondos de inversión internacionales. En el caso de Milei, en cambio, en estos primeros meses se decidió posponer indefinidamente la salida del “cepo”, a pesar de que la brecha cambiaria se mantuvo por varios meses casi inexistente, mientras se realizaron los cambios sustantivos que describimos a continuación y analizamos en profundidad en este trabajo. Las modificaciones que signaron los primeros meses del gobierno de Milei estuvieron directamente relacionadas con el objetivo de aumentar la rentabilidad de los principales grupos económicos que actúan en la economía nacional y que, de forma obscena, coparon los nichos de su interés en el organigrama oficial, particularmente aquellos vinculados a las actividades extractivas. El pueblo argentino está sintiendo en su propia piel la aplicación de un programa que estos sectores llevan lustros intentando aplicar, hasta ahora sin éxito. Como dijera Arturo Jauretche, “si malo es el gringo que nos compra, peor es el criollo que nos vende”.
En síntesis, el 10 de diciembre de 2023 se inició un nuevo gobierno con una ventana de oportunidad para transformar al menos tres grandes aspectos del régimen vigente: la política, la economía y la sociedad. Y una decisión clara de aprovechar la oportunidad contra viento y marea. Está por verse si el gobierno de Milei terminará siendo únicamente un instrumento que el poder económico descarte cuando lo necesite, o el artífice de una hegemonía más estable, tal como sucedió en los años 90.